El punto clave by Malcolm Gladwell

El punto clave by Malcolm Gladwell

autor:Malcolm Gladwell [Gladwell, Malcolm]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1999-12-31T16:00:00+00:00


IV

En el capítulo 2, cuando me referí a lo que hace que alguien como Mark Alpert sea un elemento decisivo en la propagación de una epidemia de boca en boca, mencioné dos aspectos de la persuasión que resultan algo contradictorios a simple vista. Uno era el estudio que demostraba que las personas que veían el programa de Peter Jennings en la cadena ABC tenían más probabilidades de votar al Partido Republicano que las que veían el programa de Tom Brokaw o el de Dan Rather, pues, de modo inconsciente, Jennings era capaz de demostrar su afecto por los candidatos republicanos. El segundo estudio era el que demostraba que la gente carismática es capaz de contagiar su estado emocional a los demás, incluso sin decir nada y en un tiempo brevísimo. Las implicaciones de estos dos experimentos van directas al centro de la ley de los especiales: lo que consideramos como estados internos (preferencias, sentimientos) se ven influidos de manera muy poderosa pero imperceptible por aspectos personales aparentemente superfluos, como por ejemplo un presentador del telediario al que sólo vemos por la tele unos minutos al día, o alguien que se sienta a nuestro lado en silencio durante un ratito. El poder del contexto dice que esto mismo es aplicable a ciertos tipos de entorno, en los que nuestro estado interno resulta de las circunstancias que nos rodean, aunque no nos percatemos de ello. La historia reciente de la psicología es rica en experimentos que sirven para demostrarlo. Revisemos unos cuantos.

A principios de los setenta, un grupo de científicos sociales de la Universidad de Stanford, dirigido por Philip Zimbardo, decidió crear una prisión falsa en el sótano de la Facultad de Psicología. En una sección del pasillo, de unos diez metros, construyeron una serie de celdas con tabiques prefabricados. Transformaron las salas de laboratorio en tres celdas de dos por tres metros, a las que pusieron puertas pintadas de negro y con barrotes de acero. Uno de los lavabos de la planta quedó convertido en celda de aislamiento. A continuación anunciaron en la prensa local que se necesitaban voluntarios, varones, para participar en un experimento. Respondieron 75 hombres, de los cuales seleccionaron a los 21 que parecían los más normales y saludables en una serie de pruebas psicotécnicas. Los separaron en dos grupos, al azar. A unos les dieron uniformes y gafas oscuras. Les dijeron que ellos serían los guardianes, y que su cometido era mantener el orden en la prisión. A la otra mitad se les dijo que serían los prisioneros. Zimbardo pidió al departamento de policía de Palo Alto que «detuviera» a los prisioneros en sus casas, los esposaran, los llevaran a la comisaría, les acusaran de un crimen inventado, les tomaran las huellas dactilares, les vendaran los ojos y los llevaran a la prisión del sótano de la facultad. Allí los desnudaron y les dieron el uniforme de presos, con un número en la parte delantera y en la espalda y que sería, a partir de ese momento y hasta el final de su encarcelamiento, toda su identificación.



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